Persuadido por su madre
de que nunca sería un buen general,
aturdido por las bombas

que él decía esquivar.

Sin la medicación necesaria
decidió programar
un viaje a ninguna parte,
donde nadie lo pudiera encontrar.

Y a doscientos veinte kilómetros por hora,
tres días sin comer ni dormir,
le paró un coche de la Guardia Civil
y le pidió su documentación y él dijo ...

Yo soy el hijo de Dios,
yo soy el hijo de Dios.

Nominado para un Oscar
en la cumbre de su madurez,
venerado por la crítica
y por los jóvenes también.

A camino entre París y Tokio,
cada gesto suyo lo hacía sucumbir,
su mujer era su musa
y sus cinco hijos brillaban en torno a él.

Impoluto e inmaculado
fue a recibir su galardón,
pero antes de caerse desplomado al suelo
retorció su alma al grito de ...

Yo soy el hijo de Dios,
yo soy el hijo de Dios.

Realmente decidido
a ser alguien muchísimo mejor,
empujado por el miedo
a quedarse solo en su habitación.

Deseando ser más fuerte
e ignorando el vendaval
que acechaba su cabeza
decidió enviar
el corazón descuartizado
de una chica que nunca le quiso besar.
En el sobre ponía bien, bien claro
el remitente y la dirección postal.

Yo soy el hijo de Dios,
yo soy el hijo de Dios.

Cogiendo mucha carrerilla,
el viaducto logró sobrevolar,
las perversas mamparas de metacrilato
con las que el perverso manzano te impedía saltar.

Y en el último momento
se intentó concentrar,
no había sino sangre adulterada en su cuerpo
que quería escapar.

Y en el último momento
no pensó en qué bonito es la vida ni cosas así,
tan sólo pudo leer la propaganda del taxi
contra la que se iba a estrellar, que decía ...

Yo soy el hijo de Dios,
yo soy el hijo de Dios

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