Volvíamos tarde.
Una luna mesteña, soleada, preñaba las higueras.
Andábamos nocturnos, seres fatuos, pespunteados, imperfectos.
Simples almas deshuesadas.
Alegres como jóvenes caballos rebrincábamos palabras; derrochando, excéntricos
Y un timón de nada, lánguida, difuminaba nuestras sombras fundiéndolas con el alba.
Nuestra luminaria, chispa escasa.
Volvíamos tarde.
De una seña antigua, de un pasado remoto anhelando escaparnos.
Escapando anhelamos diluirnos en placeres aleados.
Infinitos.
Repetirnos presentes.
Recuerdo que de pronto nos paramos a abrazarnos a beber de la existencia.
Recuerdo que en ese mismo instante, un gato evanescente ajeno a las parafernalias del humano
y sus proezas saltó de la cuneta a nuestras piernas.
Alegres como jóvenes caballos rebrincábamos palabras; derrochando, excéntricos.
Y un timón de nada, lánguida, difuminaba nuestras sombras fundiéndolas con el alba.
Nuestra luminaria, chispa escasa